Cuando entró
y se sentó en el aula, dijo algo a la
profesora: “Perdón” (o algo así). Ese fue el momento. Cómo caminaba, lo que
llevaba abajo del brazo, el peso de su cuerpo contra el banco. Revivo los
sonidos: El movimiento de la madera, el cierre de la mochila abriéndose, la
voz. Me gustó su voz más que nada, y cómo
hablaba, como pensando cada una de las palabras. Me acuerdo de ese ego inevitable
y de cómo me iba atrapando a medida que pronunciaba cada letra detrás de la
otra. Me miraba. Era viernes. Ese fue el momento.
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